La familia y el matrimonio
En el siglo XVII la familia es una organización dominada por el marido o padre de familia, que garantiza el honor y el patrimonio, es decir,mantiene el linaje. Gana en importancia la casa, como sede de la familia.
El ciudadano vive en dos ambientes, el público o social que se desarrolla fuera de casa, y el privado en ésta. En este aspecto nos estamos refiriendo a las clases nobles y burguesa, ya que el pobre sigue identificando su vida con su oficio que desarrolla en la calle cuando puede.
Sigue siendo importante el linaje que asegura el mantenimiento de la estirpe, de ahí que se sigan buscando conyuges dentro del mismo estamento social. El matrimonio tenía como finalidad primordial la procreación. Era una forma de ‘calmar’ los excesos masculinos, el menor de los males. Los matrimonios eran una situación legal más para asegurar el patrimonio. Los placeres se vivían fuera del hogar. Hemos de tener en cuenta que al ser matrimonios concertados y, generalmente, entre gente muy joven, ni tenían experiencia, ni ganas. Era un trámite con el que había que cumplir y ya está. El matrimonio no era motivo de alegría precisamente, era más bien un castigo.
Las mujeres
Las mujeres dependían primero del padre o tutor y después del marido. Vivían prácticamente enclaustradas en casa, salían sólo a oficios religiosos y siempre acompañadas. Aquellas que se emancipaban y vivían libres eran directamente consideradas como mujeres de ‘vida alegre’.
La salida de este tipo de vida para cualquier mujer era el matrimonio o el convento. Cualquier infidelidad o incluso un ataque a su honor, aunque hubiera sido vengado, implicaba su retirada el mundo. Es curioso que con tanto cuidado – y la literatura ha dado buena cuenta de ello – fuera tan dificil encontrar a jovencitas doncellas, es decir, vírgenes. De ahí también el gran número de ‘celestinas‘ duchas en artes amatorias y remedios para recuperar virginidades.
Los galanes
Mientras tanto era bien considerado que el hombre galanteara. Que cualquier mozuelo tuviera una querida en la que se gastase lo que tenía y no tenía era considerado normal. Teniendo en cuenta que a las jovencitas las tenían más o menos encerradas, también parece lógico pensar que a la más mínima ocasión flaqueasen ante las atenciones de cualquier galán barbilampiño. Sí era importante manter el secreto de estas relaciones, puesto que su descubrimiento implicaría un grave castigo. Al estar tan vigiladas, un lugar de encuentro común podía ser la casa de cualquier amiga.
El canon de belleza gustaba de mujeres rubias de ojos verdes y rasgados y de manos blancas y largas. También causaban sensación las monjas, quizás porque eran más difíciles, como algunos cromos. El galán perdía la cabeza por su amada y se dedicaba todo el día a ella, ya fuera paseando, haciéndose el encontradizo o hablando por las noches a través de las rejas. Claro que una vez conseguida o incluso casado con ella, la cosa cambiaba, ya no era lo mismo.
Los hombres estaban muy preocupados por que sus mujeres les fueran fieles, ya que una testa coronada era lo último. Este hecho contrasta con aquellos que hasta obligaban a sus mujeres a hacer favores a otros, contando así con unos ingresos extra. El primer pluriempleo.
Además en caso de necesidad, el hombre podía matar a la esposa infiel sin el menor recato. Ella tenía que apechugar con el marido infiel. Quizás incluso le conviniese. Así la dejaba en paz ese marido que ni le gustaba, ni le hacía gracia, ni nada de nada.
Los bastardos
Fue una época de muchos nacimientos ilegítimos. Los hombres de las clases altas podían reconocer a sus bastardos, aunque los estamentos inferiores los rechazaban y despreciaban. Evidentemente también se dieron muchos abandonos de niños e incluso asesinatos. Había que disimular el estado ‘interesante’ porque resultaba embarazoso. Uno de los bastardos más famosos de su época fue Juan José de Austria, hijo de Felipe IV y la ‘Calderona‘.
Las mancebías
Durante el reinado de Felipe IV se produjo un relajamiento en las costumbres que se contraponía a la aparente religiosidad del pueblo que prácticamente dirigía sus vidas. Por un lado encontramos a un rey que dicta leyes para impedir la prostitución, cuando él se pasa las noches de jarana. Existía una clara doble, triple y cuádruple moralidad que permitía una vida licenciosa a unos, mientras condenaba a otros.
Las mancebías o casas de prostitución existían en Madrid desde el siglo XIII y su actividad ya fue regulada por Felipe II. En su momento se consideraban necesarias para calmar la fogosidad de los hombres. Para que una joven pudiera entrar en una mancebía, un trabajo muy solicitado, debía documentar que era mayor de doce años, que era huérfana o había sido abandonada y que, además, ya no era virgen. Como se ve, las jovencitas eran muy precoces. Todo esto debía probarse ante un juez que intentaba disuadir a la joven de seguir por ese camino, aunque no parece que tuvieran mucho éxito.
El número de estas casas de solaz aumentó con Felipe III. En su momento el mayor número se concentró entre la Plaza Mayor y la calle Bailén.
En los primeros años del siglo XVII había en Madrid tres mancebías. La frecuentada por los más pudientes se encontraba en lo que es ahora la calle de Cervantes. Los burgueses tenían su reposo en la calle de Luzón y los más pobres en la plaza del Alamillo. Sin embargo, a mediados del siglo, ya hay en Madrid más de ochocientas. Un negocio floreciente, como se puede observar.
En su momento la reglamentación velaba por la limpieza de las mancebías, que no se produjeran escándalos y se exigía que los ‘visitantes’ entraran sin armas. También las mancebas pasaban de vez en cuando un control médico para verificar que no tenían enfermedades contagiosas y los dueños (llamados ‘padre’ o ‘madre’) eran severamente castigados si ocultaban que alguna de las jóvenes tenía algún mal.
Otro barrio que rápidamente fue creciendo en número de mancebías y clientes fue la zona de Huertas, donde vivían la mayoría de aquellos dedicados a la farándula, tanto escritores, actores o empresarios. Hemos de pensar que entre las mujeres preferidas estaban las comediantas, que posiblemente veían en sus amantes una posibilidad de jubilarse anticipadamente de la profesión. El mismo Felipe IV tuvo una de sus amantes preferidas entre la farándula, la famosa ‘Calderona‘ que le dió un hijo bastardo. Nada más nacer fue dado a una familia para su educación y la ‘Calderona‘ terminó en un convento. Llegó a ser madre abadesa, así que tampoco parece que le fuera muy mal en el nuevo oficio.
Al aumentar con los años la prostitución y la juerga en el barrio de las Letras, llegó a ser una zona muy conflictiva, con muchos escándalos, lo que llevó a Felipe IV, durante una de sus épocas piadosas, a reubicar estos burdeles en una zona más alejada.
Finalmente el rey prácticamente eliminó las mancebías, dejando sólo una en la calle Mayor. Pero fue peor el remedio que la enfermedad ya que aparecieron los burdeles ilegales, más peligrosos y, además, la prostitución fue aumentando. Se ve que el tema no tiene fácil arreglo. Ni siquiera después de tantos siglos.
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