El primer restaurante de lujo
Este maravilloso local se encuentra en la Carrera de San Jerónimo número 8.
Fue fundado en 1839 por el suizo Emil Huguenin. Había trabajado antes en un lujoso restaurante en Burdeos. Durante el reinado de Fernando VII, los exiliados viviendo en Francia solían visitar su restaurante. Cuando regresaron a Madrid echaron de menos un lugar para reunirse y que tuviera cierta categoría. Por aquel entonces en Madrid había tabernas, tascas o cafés, pero no restaurantes de lujo.
Finalmente Huguenin se dejó convencer y abrió Lhardy.
Primer servicio de catering
Fue también el primer restaurante que ofrecía servicios de catering. Entre las clases altas se convirtió en habitual encargar sus comidas en Lhardy. Existía la posibilidad de que trajeran también la vajilla y cubertería. De hecho, parte de su vajilla de oro puede verse en las estanterías del local.
El restaurante está en la primera y segunda planta del edificio. Son conocidos sus reservados en lo que, entre otras personalidades, Isabel II solía cenar con sus amantes. Ha sido siempre una característica del local que, cuando la puerta del reservado está cerrada, los camareros no entran.
También el hijo de Isabel II, Alfonso XII, frecuentaba Lhardy como queda patente con una frase conocida en aquellos días «He visto al rey. Iba a Lhardy».
El salón japonés
Uno de los comedores es el llamado «Salón Japonés» decorado con lámparas japonesas y adornos típicos. Todavía tiene el papel original en la pared. Esta decoración fue muy popular en el siglo XIX. La famosa Mata Hari cenó más de una vez en este comedor.
Se cuenta que el Marqués de Salamanca, al construirse su palacete, lo hizo sin cocina, «Mientras exista Lhardy, no necesito cocina.» decía.
Uno de los platos estrella de Lhardy es el cocido madrileño, aunque su menú es amplio y para todos los gustos.
En la parte de abajo encontramos una tienda de delicatessen, donde degustar o comprar todo tipo de platos exquisitos.y cocido
Consomé y cocido
Desde siempre ha sido una costumbre, sobre todo en invierno, entrar en Lhardy a tomar una taza de consomé caliente. Nos servimos nosotros mismos cogiendo el consomé de un samowar que hay al fondo de la tienda. Incluso tenemos a nuestra disposición un chorrito de jerez, si apetece.
También las tapas están a nuestra disposición en un armarito de cristal.
Una vez que hayamos terminado indicamos a la salida lo que hemos consumido y pagamos.
Lhardy se fía de sus clientes y, parece ser, que no les han defraudado, en general. Decimos en general, porque hay una graciosa anécdota referida a este local.
En 1933, en navidad, Lhardy recibe una carta firmada por Juan March, en la que encarga una opípara cena con lo mejor de lo mejor para dos personas y que debe enviarse a la cárcel modelo para un preso llamado Antonio Bernardini. Así se hizo. Cuando a los pocos días Juan March recibe la factura, cual no sería la sorpresa al descubrir que él no había encargado nada y que el propio Bernardino había falsificado su firma para darse el gran festín. Parece ser que fue castigado por esta trastada, aunque el gustazo que se dió ya no había quién se lo quitase.
El negocio sigue estando en manos de la familia que ha tomado el nombre de Lhardy como apellido.
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