Madrid capital
Desde que Felipe II eligiera Madrid como sede de su corte cada vez más gente ha venido a la capital. Ya no es el pueblo de tiempos pasados. El establecimiento de la corte en Madrid había traído consigo un aumento de las necesidades. No sólo de personal de servicio, que era mucho, sino también la de profesionales de todo tipo. Había que mantener a toda esta gente, lo que a su vez atrajo a personas dedicadas a la venta en mercados o tiendas. Había que vestirlos, con lo que se necesitaron modistas y costureras. La educación, con la consiguiente creación de puestos de trabajo para maestros y maestras….. En fin, una multitud de profesiones.
El pueblo
Con la llegada de la industrialización aparecieron profesiones nuevas. Los obreros especializados y la mano de obra barata llegaron a la capital. Muchos venían de provincias en las que tenían pequeños terrenos que cultivaban. La necesidad de ganar más dinero para mantener a sus familias les trajo a la ciudad.
A una ciudad que durante el siglo XIX prácticamente dobló su población. Lamentablemente, los más adinerados generalmente no reinvertieron sus ganancias en la ciudad y Madrid, aunque centro de poder político, siguía careciendo de grandes industrias.
Muchos de los que vinieron trabajaron en talleres, actividades agrícolas (no olvidemos que en Madrid todavía había huertas) y una mayoría en actividades de servicio, tanto a nivel público como en cafés, tabernas o casas de comidas, como en el servicio doméstico.
Las corralas
Madrid se caracterizaba por el desastroso trazado de sus calles, por una falta de agua y alcantarrillado. Y, evidentemente, los más desfavorecidos habitaban en casas pequeñas, sin luz y sin agua. Y esto los más favorecidos entre ellos, que otros vivían en casuchas de mala muerte, rodeados de basuras y dedicados a la venta de animales que, a su vez, se alimentaban de los restos de estas basuras. Sus chozas estaban hechas de barro y tenían un tejado de lata. Sus habitantes eran marginados y representaban lo más mísero del Madrid de aquel entonces.
Las corralas son edificios típicos de ciertas zonas de Madrid. Una serie larguísima de viviendas minúsculas, unas al lado otras que comparten un pasillo común. Generalmente había un retrete por planta a compartir entre todos. Cuartos de baño no se estilaban, ya que éstos eran todavía más una cuestión de terapia que de uso diario.
Muchas viviendas no tenían ventanas y eran compartidas no sólo por una familia, sino también se añadían personas realquiladas. En el patio, con suerte, había una fuente de agua para los vecinos.
Muchos de los habitantes de estas casas eran obreros, jornaleros, vendedores ambulantes, barrenderos o traperos.
Los pisos
Aquellos madrileños que habían logrado subir un peldaño en la escala social, la clase media, aunque pequeña en número, comienzaba a ser más numerosa.
Se vivía en casas de pisos. Siempre contaban con un pasillo oscuro y larguísimo. Las cocinas estaban en la parte final de este pasillo y se ventilaban a través de un patio. Curiosamente el retrete solía estar directamente al lado de la cocina, incluso con acceso desde ésta.
Los dormitorios no tenían ventanas, es decir, ventilación. Solía haber una pequeña estancia anterior que sí tenía ventanas, era el gabinete. El gabinete contaba con el lavabo, suficiente para la higiene del momento, y servía como vestidor.
Muchas de estas casas todavía existen en Madrid y, por lo menos, sus fachadas nos remiten a este pasado no tan lejano. Suelen tener unas cuatro plantas y buhardillas. En la parte inferior, el entresuelo, solía haber un establecimiento. Seguían el piso primero, el principal y el segundo y tercero.
En una misma casa vivían personas de distinto estrato social. En el piso principal vivían los más acaudalados, en el primero comerciantes o personas con ingresos ya importantes. Los demás pisos se iban ocupando, cuanto más alto, por personas con menos ingresos. En las buhardillas solía haber solamente una cocina y una habitación.
Las casas eran de alquiler que había que pagar al casero, dueño de diferentes inmuebles y que vivía del alquiler de estos.
La nobleza
Como hemos mencionado, los primeros que rodearon a los reyes fueron los nobles. Desde el principio ocuparon con preferencia los más relevantes puestos a nivel económico y político.
Los senadores y diplomáticos eran, en su mayoría, Grandes de España. Estos puestos implicaban el mantenimiento de un estilo de vida suntuoso que precisaba de unos ingresos astronómicos. Para ello los nobles contaban con la propiedad de tierras, generalmente en aquellas provincias de las que eran originarios. Estos terrenos solían pasar de padres a hijos y les aseguraban unas rentas vitalicias. Por otro lado, también solían ser propietarios de terrenos en la ciudad en los que habían construídos viviendas que arrendaban.
Aquellos nobles con menos medios económicos se vieron obligados a vender sus propiedades para mantener su ritmo de vida.
A nivel político, muchos fueron carlistas, manteniendo el sistema reaccionario aunque con el tiempo, cada vez más, pasaron a engrosar las filas de los liberales moderados.
A medida que pasó el siglo XIX, los nobles vieron mermados cada vez más sus ingresos, por lo que no les quedó otro remedio que aceptar entre sus familias a la reciente burguesía que iba ganando terreno.
Los palacios
A principios de siglo, los nobles todavía vivían en grandes caserones que ya no correspondían a su nivel social, por lo menos vistos desde el exterior. Evidentemente dentro de estos caserones relucía el oro y la plata, pero los edificios eran viejos y sin las comodidades que, poco a poco, iban apareciendo en la sociedad española. Las calles eran estrechas e insalubres.
La influencia francesa, sobre todo en los gustos y la moda, ha sido siempre muy grande y también predominó el gusto por los palacios franceses, con su fachadas decoradas y sus jardines. Para poder construir estos palacios se buscaron zonas con solares disponibles y los nobles fueron ocupando las zonas cercanas al Palacio Real y posteriormente las zonas de Argüelles y el Paseo de Recoletos.
En estos palacios del siglo XIX el lujo estaba tanto dentro como fuera. El exterior era de ladrillo y piedra con frisos, grandes portalones mostrando el escudo familiar. Aparecieron los balcones. El palacio estaba rodeado por un jardín con fuentes y con una verja alrededor.
Tenían tres plantas. En la baja estaba la cocina, la caballeriza y otros servicios. En la planta principal estaban los grandes salones, donde la familia recibía a los invitados y daba sus grandes fiestas, las habitaciones particulares rodeadas de otras como el gabinete, el despacho o la antecámara y ya en el tercer piso estaban las habitaciones de los criados.
La diversión
Una gran parte del día estaba dedicada a lo que hoy llamaríamos ocio. Tertulias, cenas, bailes, visitas a la opera o al teatro, al casino, a los baíles de máscaras, un día tras otro. Y es en este aspecto en el que la mujer encuentra su espacio de lucimiento. Ella es la encargada de organizar todo y ha de lucir como «el ángel del hogar» que es.
La beneficencia
Pero no sólo la parte social de la vida casera estaba en manos de las mujeres. En esta época la beneficencia estaba en manos de la nobleza y el clero. Era otra forma de mostrar su poder. Evidentemente había personas dedicadas a ayudar a los demás de forma desinteresada y con auténtico interés, pero había otras muchas que simplemente lo consideraban otra actividad más de su día a día y que sentían como se enaltecían al dar limosna.
Las instituciones benéficas tenían dos finalidades, la caritativa y la sanitaria. Se fundan en este siglo los comedores de caridad. Se intentan paliar las enfermedades, pero teniendo en cuenta cómo vivían los pobres, es fácil darse cuenta que cualquier tipo de enfermedad era inmediatamente contagiada a multitud de personas.
El clero
Es el otro pilar de la sociedad. Mantiene una posición predominante en la vida madrileña. Poseía grandes superficies ocupadas por conventos y monstaerios y administrada las instituciones benéficas. A pesar de los avatares de la desamortización ha podido mantener su poder.
Al hablar del clero tenemos que hacer un pequeño aparte. No había familia que no contara con un confesor que casi se podía considerar como propio. La religión formaba parte inherente de la vida. Una religión que había otorgado a sus representantes un poder inmenso: la confesión. A través de ella, los curas estaban al tanto de absolutamente todo lo que se «cocía» en las casas, los secretos más escondidos, los más insospechados. Esto les daba un gran poder sobre sus feligreses. Y entre esos feligreses, generalmente, las mujeres eran las más adictas.
Los hombres se desenvolvían en un mundo más material, tenían más conocimientos que ellas, hacían avanzar el siglo. Las mujeres, restringidas al hogar, con poca cultura, seguían los dictados de una religión católica rancia, hipócrita, estancada en su poder. En sus memorias el conde de Romanones dice que le era más fácil llegar a acuerdos con la Santa Sede en Roma que con la Iglesia española. Más papistas que el Papa, ahí tenemos el dicho.
Cuando, en la época liberal, se habló de matrimonio civil, los curas azuzaron a grupos de mujeres que inmediatamente iban a hablar con el político correspondiente para expresarle su más profundo rechazo. No siempre lo consiguieron.
La Iglesia española tiene a la sociedad en un puño. Todo es pecado, todo es indecoroso, siempre hay que confesarse. Hay cosas que a un hombre se le pueden perdonar, pero a una mujer nunca.
No es de extrañar que las pobres vivieran amargadas y más de una acabara recluída en sus habitaciones y dedicada exclusivamente a los rezos y la penitencia.
La burguesía
Mientras que los nobles más rancios seguían sacando sus fondos de las tierras que tenían y no reinventían su riqueza, aparece un nuevo estamento, la burguesía, que crea riqueza que, a su vez, vuelve a invertir para aumentar su capital. Supieron también aprovechar los nuevos avances de la época, como el ferrocarril que facilitaba el trasporte de mercancías.
Se crea así una nueva nobleza cuyos títulos fueron, generalmente, otorgados en el siglo XIX. Ocuparon también puestos políticos de relevancia.
Otro grupo que siguió el camino de estos fueron los militares que, luchando en las distintas guerras que acaecieron durante el siglo, consiguieron victorias que les valieron un reconocimiento real.
Durante la Restauración, aquellos que la apoyaron recibieron su compensación en títulos nobiliarios que les permitieron el acceso a un estatus social superior. No olvidemos en este apartado a aquellos que hicieron las «Américas» y volvieron a España con los bolsillos llenos. Hicieron sus fortunas con el azúcar, el tabaco y, a veces, con la trata de esclavos. Fue la llamada «burguesía colonial«. Se ocuparon del comercio y la industria. Eran financieros que invertían en negocios que preveían tendría un espléndido futuro.
Los burgueses trabajaban y recibían remuneración por su trabajo. Disponían de grandes cantidades de dinero que, a veces, perdían. Pero se rehacían y siguían. Se dedican al ferrocarril, a negocios bancarios, a la construccion. Un ejemplo clásico es el Marqués de Salamanca.
Provienían de familias generalmente adineradas. Los padres ya tenían una profesión de importancia reconocida. Eran médicos, abogados, etc. y procuraron a sus hijos varones una buena educación y estudios. Vinieron a madrid con los bolsillos vacíos, pero rápidamente se encontraron inmersos en el mundo de las tertulias, de los cafés, del casino donde conocían a personajes importantes. Es allí donde se fraguaban los grandes negocios. Las inversiones millonarias que les hicieron alcanzar los puestos más altos en la sociedad madrileña.
Es el siglo XIX una época de cambios políticos, de inestabilidad, de pérdida de las colonias y de un cambio social. Sin embargo prevalece el aparentar, el querer ser parte de esa clase gobernante y aristocrática que sirve de ejemplo a los demás. La burguesía termina superando en poder económico a la aristocracia que se ve obligada a aceptar a estos «nuevos ricos» entre sus filas si quiere sobrevivir. Cada clase social estaba obsesionada por ascender de nivel.
Cabría preguntarse si las cosas han cambiado tanto.
Bibliografía:
Historia de Madrid. Siglos XIX-XX. Web de estudiantes de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid, 1997 – 1998
La mujer madrileña del siglo XIX. Autora: María del Carmen Simón Palmer. Instituto de Estudios Madrileños del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 1982
La vida cotidiana en el Madrid del siglo XIX. Autor: José del Corral.Ediciones La Librería. 2001
La mujer a debate. Taller conducido por Juan Senía Fernández. Museo Cerralbo. 2011
Notas de una vida. Autor: Conde de Romanones. Marcial Pons. 1999
La sociedad madrileña en Galdós.Autor: Luis Angel Rojo. Real Academia Española. 2003
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